Violencia de género. Original
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Violencia de género. Original
- Spoiler:
- Justicia prohibida
Ya estás harta. No estás dispuesta a soportar un golpe más. A derramar ni una sola lágrima. A que te humillen como si fueras un despojo, un ser abyecto y pútrido que se arrastra por los suelos. Nunca más, has prometido.
Él no le gustaba a tu madre. Te decía que era un golfo y que estaba entregado a la mala vida. Ay, tonta de ti, que eras una niña cuando él te embaucó con su voz ronca por el tabaco y su mirada lasciva, con sus modales bruscos y sus vaqueros ajustados. Caíste en su hechizo de seducción, te dejaste llevar por un corriente de rebeldía que ciertamente te hacia sentir poderosa, libre, inquebrantable.
Al fin podías desafiar a tu madre fumando a escondidas en tu cuarto, emborracharte todos los sábados. Su mirada decepcionada al verte llegar dando tumbos, con su bata rosada y los labios fruncidos, te provocaba un cosquilleante placer en las yemas de los dedos, mientras te metías en la cama sin desvestirte siquiera. Sabías que al día siguiente sus gritos despedazarían la tranquilidad del patio, pero tú no la escuchabas. Te limitabas a recordar el cuerpo de él, el sabor a tabaco de su boca y su sonrisa de lujuria. A imaginaros a los dos desnudos, abrazados entre jadeos. Escarcha en la almohada, pasión, calor, lujuria.
Ella te gritó cuando le contaste vuestro planes de ir a vivir juntos. La casa era pequeña y sucia, y tu sueldo, modesto. Él no trabajaba. Decía que su cuerpo era demasiado viejo. Ahora sabes que su cuerpo no era demasiado viejo. Estaba viejo. El alcohol y las drogas no perdonan, se saldan con las vidas de la gente. Se cobran con creces lo que dan.
Tu Mamá te dijo que eras demasiado joven, que él te echaría a perder. Que a su lado sufrirías. No la escuchaste. Saliste de la que fue tu casa con el extraño presentimiento de que jamás volverías, con la corazonada de que tu vida allí había terminado, las maletas colgando a un lado y la determinación al otro.
Al principio todo iba bien. Trabajabas ocho horas al día, volvías cansada pero contenta de volver a verle. Él pasaba horas con la boca pegada a una lata de cerveza y un cigarillo ardiendo en la otra, mirando la tele con su eterna camisa interior de tirantes, aunque aveces desaparecía de la casa y no quería decirte a dónde iba. Aprendiste a no preguntar.
Después algo cambió. Volvía a casa malhumorado y con la expresión inescrutable de una roca, con el habitual cigarrilo en los labios y una nube de hubo rodeando su cabeza. Ahora sabes que intentaba ocultar el olor de la colonia de la puta barata con la que se acostaba por aquel entonces. Ingenua, mientras tú pensabas que buscaba trabajo él se follaba a una mujer de pecho generoso y caderas anchas que vendía su cuerpo a cambio de un pequeño fajo de billetes. Billetes ajados y arrugados, cuya procedencia tú ignorabas y que ahora puedes imaginar. Sus largas discusiones en voz queda con tipos de mal aspecto cobran significado, y lo único que te queda por saber es con qué drogas trafica.
Eras consciente de que algo estaba fallando, de que él ya no te deseaba tanto, de que cuando te besaba lo hacía con una pasividad aplastante, con gélida indiferencia. Tus pechos pequeños no podían competir con aquelllos tan grandes y abultados que tanto le gustaban, pero tus piernas eran largas y fuertes, suaves al tacto y agradables a la vista. Puede que la celulitis las haya cortado, que ya no sean bonitas, sino pálidas y flácidas, pero te queda el recuerdo de que alguna vez fueron bellas.
Recuerdas la primera vez que te puso la mano encima. Con nitidez, y a la vez, borroso, como si el recuerdo cíclicamente se escondiera entre las luces y las sombras de la memoria. Aquella noche salíais de cena los dos. Como en los viejos tiempos, como una pareja feliz y normal. Lo que tú siempre habías deseado. Él parecía muy contento por algo. Tenía los ojos extrañamente enrojecidos, pero eras demasiado inocente para adivinar el motivo. Ese cerdo habría hecho algún buen negocio, murmuras ahora, entre dientes. Decidiste ponerte una minifalda que enseñaba hasta bien entrado el muslo. Pensaste tontamente que quizá le gustaría. Te equivocaste. Aún recuerdas el jarro de agua fría que te cayó encima cuando él te miró de arriba a abajo con asco. Tienes grabadas en la mente sus palabras, pronunciadas con desprecio y reproche. Pareces una ramera, so zorra. En tus mejillas aún puedes sentir el fantasma del dolor que te causó al golpearte con el dorso de la mano. Un gran mechón de cabello se desprendió de tu coleta por la fuerza de su bofetada. El bolso se escurrió de tu brazo y se estrelló mudamente contra el suelo. Pero no fue lo único el dolor... la humillación, aquella noche lo que de verdad sufrió fue tu dignidad.
Lo siguiente que recuerdas es cómo te colmaba de besos, te pedía perdón, se arrodillaba. Te juro que no volverá a pasar, te amo. Perdóname, me moriría si me dejaras. ¡Cómo pudiste creerle, confiar en él! ¡Cómo pudiste siquiera perdonarle, convencida de que había sido un arrebato justificado! Incluso llegaste a pensar que de verdad lo merecías. Pero aún le querías. Esa noche, no salisteis a cenar fuera. El te despojó de su falda, de tu sujetador y de tu orgullo. Te penetró con rudeza, te hizo daño. Los gemidos eran más de molestia que de placer. Esa noche, esa noche las sábanas se tiñeron de tu sangre.
Después de aquello vino un periplo de ataques de celos, de golpes, moratones. Te prohibió ver escenas de sexo en su presencia, y hablar con otros hombres. Pero tú perdonabas, y tratabas de olvidar. Porque le amabas. Aunque aveces la almohada de tu cama amanecía empapada de tus lágrimas, que ahogabas con un silencio demoledor para que él no se percatara. Muchas noches llegaba borracho, tambaleándose y murmurando incoherencias. Con el pelo revuelto y arañazos en la espalda. ¿Cómo no pudiste darte cuenta del infierno en que te habías metido tu sola?
Tu madre murió a los tres años de haberte dejado de hablar con ella. Se cayó por las escaleras de su casa cuando volvía del mercado cargada de bolsas. Una vecina la encontró tirada en el suelo. La muerte fue instantánea. Ironía que el fin le hubiera llegado súbitamente y sin sufrimiento, cuando tú, fruto de su vientre, su propia y única hija, le habías provocado un dolor inmenso e irreparable al abandonarla. Ahora te odias a ti misma, por no haber podido despedirte de ella, porque lo último que oyó de tu boca fue una carcajada cargada de triunfal desprecio, porque lo último que sintó de ti fue el empujón que le propinaste para apartarla de tu camino. Por haber tratado de olvidarla, de apartarla de tu vida. Y cada vez que recuerdas su suavidad al peinarte el cabello y su cándida sonrisa, la redecilla en su pelo, cómo fruncia el ceño al enfadarse, su vitalidad, no puedes evitar llorar, que las lágrimas rompan el dique que has tratado de instaurar para que ni una sóla de ellas escape de tus ojos. Mala hija, eso es lo que fuiste. Jamás te lo perdonarás.
No te dejó ir a su funeral. Debías estar en casa, frergando, planchando y cocinando, que era "lo que las mujeres deben hacer" Desde aquello, algo se torció dentro de ti. Una duda afloró en tu interior, y germinó llenándote de incertidumbre y algo nuevo, que crecía lento pero sin pausa, desplazando al amor y arraigando en tu ser. Lo que los mortales llamamos odio, pero que tú jamás habías sentido.
En los cuatro años siguientes él cultivó la semilla que se expandía en tu fuero interno mediante palizas e insultos. No pudiste darle un hijo, y él te dio un puñetazo. Quemaste sin querer su cena, y él te dio un puntapié en el estómago. No pudiste complacerle en la cama, y él te sometió sin piedad. Intentaste alzar la voz y él te partió el labio. Se acostaba con otras mujeres, incluso llegó a dejar embarazada a una joven de diociocho años. Pero te dejó de importar. Tal vez, ratoncillo cobarde, ya no le querías.
Pero hoy, este día en que tus lágrimas se están mezclando con el hielo derretido que te aplicas en la mejilla para aliviar el dolor de su golpe, en que tus piernas ni tu orgullo son capaces de soportar un golpe más, una nueva humillación, has decidido tomar una medida drástica. Una medida guiada por tu odio hacia él, por tu sed de venganza, por tus ganas de hacerle pagar todas las palizas que te ha propinado.
Él duerme en la cama. Ronca. Su barriga se mueve acompasadamente con cada respiración. Te acercas a él, sigilosa, felina. Levantas el brazo, y por un momento, el cuchillo que sostienen tus manos brilla malignamente, reflejando la luz lunar filtrada entre las cortinas. Tanto tiempo esperando ese momento, tomando una decisión, que las manos te tiemblan de emoción aunque no lo quieras. Cuentas hasta tres en tu cabeza, y tus brazos descienden hasta su cuerpo.
La clavas en su cuerpo. La hoja metálica atraviesa su carne, se incrusta y daña órganos, fibras, músculos. Rompe arterias, venas, todo lo que se interpone en su mortal trayectoria.
Siete puñaladas por cada año de vida que te ha arrebatado.
Cuarenta más por cada año de su puta existencia.
Otras treinta por cada paliza, por cada maldito golpe.
Y una más, una más por tu madre.
Cuando acabas, la sangre empapa el suelo, tu cara, la suya, el techo. Su cuerpo es un tajo de cortes, una masa mutilada por el cuchillo, que gotea. Irreconocible, el hijo de puta que te ha arrancado la vida poco a poco. El que ha hecho de tu vida un infierno terrenal, donde él es el demonio y sus golpes, las llamas. El que ha mancillado tu libertad y te ha encarcelado a su estigma.
Sabes que serás castigada, que tu crimen merece una terrible condena. Que tu futuro son unas rejas y un uniforme naranja, una celda fría e impersonal y comida nauseabunda. Que te espera otro tipo de infierno. Pero estás preparada.
Pero antes, sólo deseas hacer una cosa. Llevarle un regalo a la tumba a su madre.
Una bonita flor roja, que no es roja por naturaleza, sino por estar bañada en sangre. Sangre ajena, de quien te asesinó en vida.
Te has tomado tu venganza, has hecho justicia a tu manera...justicia prohibida.
FIN
Ummmm. Mi primer original. No sé qué tal está, sólo que es un poco sanguinario. No pretendo ser la voz de las mujeres maltratadas ni nada por el estilo. Simplemente, quería escribir sobre ello.
Esto está copiar-pegado de mi LJ. ¿Qué tal está? Despedazadlo, please.
Vitani Gren- Vengador del Fandom
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Edad : 31
Localización : Don't ask, don't tell.
Fecha de inscripción : 13/03/2008
Re: Violencia de género. Original
te dejaste llevar por un corriente de rebeldía que ciertamente te hacia sentir poderosa
Una. Hacía.
el habitual cigarrilo en los labios y una nube de hubo rodeando su cabeza
Humo.
El te despojó de su falda, de tu sujetador y de tu orgullo
Él
en que tus piernas ni tu orgullo
Creo que hay se te ha olvidado un "ni". En que ni tus piernas ni tu orgullo.
Esto es todo lo que he podido encontrar.
Me gusta mucho el tema del original y aún más como lo tratas. Creo que has plasmado bien la evolución del maltrato. Una lástima que al final la mujer no suele ser quien sale victoriosa en la realidad.
Daffne- Verdugo de Badfickers
- Mensajes : 897
Fecha de inscripción : 28/03/2008
Re: Violencia de género. Original
Una lástima que al final la mujer no suele ser quien sale victoriosa en la realidad.
Cierto, aunque es una victoria simbólica y efímera. Gracias por sacar esos dedazos
Vitani Gren- Vengador del Fandom
-
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Fecha de inscripción : 13/03/2008
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