Hablemos seriamente sobre el humor.

Hell, YES!

Me encantan estos debates, Trébol, da por saldada gran parte de la deuda que habías contraído con mi persona por hacerme divagar sobre cosas divertidas.

Bien, veamos, sé que es una obviedad, pero es importante volver a recalcar que el humor es algo muy pero que muy complejo: a cada uno le hace reír algo distinto. Por ello, establecer pautas es imposible a menos que expongamos algunas categorías generales. Con esto quiero decir que hay muchos tipos de humor, está el irónico, el grosero, el fácil... ¿me seguís?

¿Qué creen que se debe tomar en cuenta (y/o evitar) para lograr una buena historia de humor?

Saber a qué colectivo la diriges. Lo de que te haga gracia a ti mismo no lo tengo claro porque, poniéndome como ejemplo, a mí las cosas que escribo me dejan muy pero que muy seria. Es complicado hacerse gracia a uno mismo por eso, cuando escribimos una historia humorística, es probable que al releerla nos provoque cara de poker pero que a otros les arranque una carcajada. ¿Y por qué? Porque la clave es sorprender.

Entonces tenemos que pensar a qué público irá enfocada: ¿a chavales de dieciséis que buscan bromas fáciles sobre aparatos de reproducción pendulares? ¿A gente que prefiere un humor retorcido y negro? ¿A los ingleses? Si es esto último, no tengáis miedo: se ríen con Ben y Hill.

Yo he escrito dos tipos de humor: absurdo y sarcástico. Si sirve de algo, explicó cómo enfoco cada uno de ellos.

Humor absurdo.

Quizá no sea políticamente correcto (cosa que me encanta), pero no tiene mucho misterio: lo escribo cuando estoy borracha, en plenos exámenes o enferma. Como no deseo que vuestros hígados mueran, diré que supongo que la clave consiste en desconcertar. Es decir, plantear una idea de tal modo que parezca algo completamente normal y dar un golpe de gracia en momentos clave que deje al lector con cara de WTF?! Da buenos resultados jugar con los dobles sentidos o con cosas tan tremendamente absurdas que nadie se imaginaría que saldrías con ellas. Un ejemplo podría ser escribir sobre lo que sintió Voldemort en primer curso, estando en la cabeza de Quirrel, cuando los gemelos Weasley hechizaban bolas de nieve para golpear al profesor en el turbante. Si empezamos con Volddy diciendo cosas crueles y planeando venganzas, hacemos creer que estamos escribiendo algo normal y corriente hasta que, al final, damos el golpe de gracia en el que desvelamos que lo que realmente sucede es que dos pelirrojos locos lo están atacando.

Humor sarcástico.

Este es mi favorito, sin duda. Y depende un poco del enfoque, es decir: ¿queremos que un personaje sea así y aporte la chispa cómica o queremos que sea el propio narrador el que lo haga? El primer caso es más sencillo, ya que basta con ponernos en la piel de X y soltar tres o cuatro bromas/pullas para amenizar. El segundo es más complejo. Da buenos resultados el plantear una situación complicada y poco usual para unos protagonistas serios. El ver cómo reaccionarían (a veces exageradamente) ante ello. O, si no, criticar mediante la parodia algo que odiamos (un ejemplo tonto: las Sues, los Dramiones... etecé).

Es importante pensar bien en el contexto pero no darle vueltas a las bromas. Si las pensamos mucho puede quedar algo forzado, es mejor escribir al tun-tún y que salga de manera natural, aunque no tenga mucho sentido. Tras ello, cuando revisemos, acortamos o alargamos diálogos, retocamos la narración y demás.