Sólo amigos (original)

Y aquí estoy otra vez, reteniendo las lágrimas que pugnan por salir y los sollozos que se pierden en mi garganta. ¿Cómo pude volver a caer? Es increíble que justo cuando me dispongo a olvidarte aparezcas nuevamente y con una simple sonrisa borres todo rastro de enojo de mi ser.

No puedo, sencillamente no puedo resistirme, golpeas a mi puerta en medio de la noche y yo acudo presurosa sabiendo que eres tú. Me contemplas en silencio, con las manos en los bolsillos, antes de que me haga a un lado para dejarte entrar; me agradeces con una sonrisa apenas perceptible en las comisuras de tus labios y una mirada cargada de deseo. Te diriges a mi habitación sin pedir permiso alguno y yo te sigo, cual perro fiel a su amo. No puedes ver, a tus espaldas, la mezcla de felicidad y dolor que se refleja en mi rostro.

Me besas con delicadeza, de esa forma que sólo tú sabes que me encanta, acariciando con una mano mi mejilla y sosteniendo con la otra mi cintura. Me tratas con cuidado, como si fuera una muñeca de cristal que se podría romper al más mínimo tropiezo.

La noche continua avanzando y yo ruego porque nunca acabe, porque el sol no haga su aparición y todo termine. Pero es imposible detener el tiempo, y las estrellas comienzan a desaparecer del firmamento. Yaces a mi lado, dormido, con una expresión tan tranquila que me provoca una ternura infinita; eres como un niño encerrado en el cuerpo de un adulto, que sólo se deja ver cuando está a mi lado. Acaricio tus cabellos y deposito un beso en tu frente. No quiero dormir, no quiero, porque se que cuando despierte tú no estarás aquí y un inmenso dolor llenará mi alma.

El sueño gana esta batalla y me acurruco en un rincón alejada de ti. Ni bien mis ojos se cierran siento tu brazo posarse en mi cintura y el calor de tu cuerpo pegado al mío. Se que lo haces inconscientemente, y eso es lo que más me duele; si tan sólo supieras las sensaciones que provocas en mi, se muy bien que no volverías a verme de la misma manera.

Los primeros rayos del sol empiezan a colarse por la ventana indicándome que un nuevo día comienza, mas no abro los ojos; ya no siento tu calor pero tu aroma está aún impregnado en las sábanas. Con pesar me pongo en pie y observo mi reflejo en el espejo de cuerpo entero, una muchacha menuda, de lacios y largos cabellos rojos me devuelve la mirada, se ve triste y se nota que ha llorado hasta el cansancio. Giro y veo la fotografía que descansa sobre la cómoda: dos jóvenes idénticas y distintas a la vez, ambas delgadas y pelirrojas, una a cada lado de un chico alto y con rizos oscuros. Los tres sonríen, indiferentes.

Y yo deseo ser ella, y ocupar así cada uno de tus pensamientos; dejar de desempeñar el papel de mejor amiga y pasar a ser algo más. Pero, al fin y al cabo, se que sólo es eso, un deseo, porque si bien cada noche tocas a mi puerta y me besas a mí, se que en tus pensamientos es a ella a quien tratas como a un muñeca de cristal y a quien besas con delicadeza.

Cuesta aceptar la dura realidad de que yo siempre te amaré y seguiré a tu lado, aunque tú sólo tengas ojos para ella.