Una segunda oportunidad

Jamás había sentido tanto deseo de subsidiar un hueco en el alma como en el momento en el que caminé por el místico túnel del que se dice que siguiera la luz al final del camino. No pasaron muchos segundos antes de que olvidara cómo había llegado ahí… ¿Acaso importaba? Ya no quería saber la respuesta a esa pregunta, sólo quería saber cuál sería mi destino.
Las ondas de los pasos que daba se reflejaban por toda la cueva hasta regresar, de algún modo, a su origen, y conforme caminaba más y más, el hueco iba desapareciendo. Pude sentir mis propias lágrimas resbalando por todo mi pecho desnudo. Estaba feliz. Muy feliz. Al fin, el peso de tantas cosas, que ya no tenían sentido, había desaparecido.
Ya quería llegar. Sabía que mi corazón no aguantaría tanta belleza en cuanto llegara. ¡Estaba seguro de que al fin encontraría descanso! …pero lo predecible de la vida, es que es tan impredecible como la muerte.
“Sujeto A-377 cincuenta porciento” dijo una voz electrónica que me arrebató la gracia.
Mi respiración se aceleró de manera progresiva.
“sesenta porciento”
Los pasos que daba se hacían más lentos y parecía que no podía avanzar más allá de la oscuridad del túnel.
“setenta porciento”
La luz me dejó de parecer tan intensa.
“ochenta porciento”
El dolor que creí haber olvidado regresó a mi pecho.
“noventa porciento”
Tenía una extraña sensación de espesor en el cuerpo.
“cien porciento”
Todavía no era mi momento…

Desperté gritando en medio de un líquido gelatinoso que se fue drenando, en cuestión de segundos, por unos hoyos debajo de mi cuerpo desnudo. La luz resultó ser la del solitario cuarto en donde, literalmente, me perdí a mí mismo. Desesperado, traté de recordar cómo había llegado hasta ahí, pero mi mente estaba en blanco.
Examiné todo cuanto pude el lugar: no habían focos visibles, ni señal de puertas más allá de dos ranuras ubicadas en los frentes opuestos de las paredes, el “ataúd” de cristal en donde estaba semi-incorporado, una pequeña mesa y un extraño sobre encima de ella.
El dolor en mi cuerpo fue tanto que no pude mover mis dedos hasta que pasaron unos eternos minutos. ¿Cuánto tiempo llevo en esa caja? Me pregunté incapaz de dirigir mis ojos a cualquier lugar que no fuese hacia el misterioso sobre. Cuando por fin tuve la suficiente fuerza para salir del ataúd, la torpeza de mis pies me llevó a caer sobre el congelado piso. Pero eso no impidió mi determinación de conseguir el sobre. Estaba convencido de que ahí estaba el final de aquél sueño… pero cuando terminé de leer comprendí que sólo se trataba del principio de la pesadilla.

El volumen de mis gritos era lo único que me hacía sentir vivo, estaba enloquecido. Golpeé todo lo que tuve a mi alcance, incluida la cama de cristal y la mesa, hasta que recibí una indiferente respuesta proveniente de una de las ranuras: una silla.
Con el corazón en el puño, y las respiraciones aún agitadas, examiné a mi nueva compañera de habitación. Tenía sola una base conectada a un carril que daba a lo que podría ser la salida. Repasé la carta una vez más. Me negué a seguir lo que “ellos” querían que hiciera, así que palpé la otra ranura en busca de una alternativa, sin embargo, no había elección.
Cuando por fin decidí sentarme, el endemoniado mueble apresó mis manos y pies con grilletes mientras la parte superior a la ranura se abría para revelar una lente que me examinó de pies a cabeza.
“Favor de mantenerse quieto” ordenó la misma voz electrónica que me despertó.
—Seguro, no es que me intimide que una máquina me tenga preso estando desnudo en una silla—pensé aferrándome al sobre como águila sobre su presa.
Antes de que me diera cuenta, la silla y la máquina sacaron bastantes hilos que cubrieron mi cuerpo a excepción de la cabeza, las manos y los pies.
“Favor de mantenerse quieto” repitió la máquina cuando los grilletes liberaron mis tobillos a cambio de apresarme el cuello. Del suelo salieron botas y guantes de medida sorprendentemente exacta que me vistieron mediante pequeños brazos mecánicos.
“Parto listo para comenzar” indicó la máquina cuando finalizó, pero no tuve tiempo para preguntarme el significado de sus palabras porque mi viaje por el carril de la silla había comenzado: la ranura se abrió como un par de cortinas para terminar por revelarme un hermoso paisaje de nieve y auroras boreales que apenas pude disfrutar antes de notar que el carril estaba adentro de un tubo transparente desde donde vi la surreal vista compuesta por domos enormes y más tubos que se conectaban a los domos inferiores con el más grande; que es al que me dirigía.
Miré a mi lado izquierdo, una carga de comida iba adentro de una burbuja a través de un tubo paralelo al mío. Ya no quedaba mucho tiempo antes de que llegara a conocer una de las más traumáticas experiencias de mi reciente vida... la ciudadela.
Jamás olvidaré cuando vi por primera vez ese abismo en forma de cono. Mis respiraciones no dejaban de hiperventilarme por la impresión de estar a varios metros de un suelo imposible de ver y, por unos segundos, mi corazón se detuvo.
La silla llegó a un punto en el que dejó de seguir un riel y se dejó caer libremente sobre una tremenda cantidad de puentes y luces que rodeaban un extraño edificio elevado en medio de todo. Grité tanto que no noté cuando la silla me adhirió de espaldas al mismo. Desde ahí pude observar con más detenimiento el lugar: personas burlonas vestidas de negro, pantallas gigantes, luces de colores, puentes de diferente extensión, hologramas extraños, árboles que no deberían de vivir dentro del clima, relojes luminosos y una cámara flotante que siguió la miseria de mi semblante hasta que me perdí dentro de la parte más baja del edificio elevado.
Así comenzó mi nueva vida.