Pequeño texto.

Treinta minutos; quince; quizás una hora...

No lo sabes.

Has perdido la noción del tiempo y lo único de lo que eres consciente es que llegas tarde. Y te da igual.

Parada en mitad de la calle sabes que la gente al pasar te mira y murmura.

Pero no te importuna; ni siquiera te incomoda.

Lo único que atrae tu atención es lo que tienes frente a tí: el cristal de un escaparate que te devuelve un impreciso reflejo.

El reflejo de una mujer bella pese a su edad que viste con una recargada sofisticación y que es la mismísima personificación de la auténtica prepotencia.

Sí. Ésa eres tú. Aquella que camina con andares aristocráticos; aquella que alza la cabeza en actitud digna; aquella que observa en su reflejo una mirada infeliz.

No sabes por qué hoy. No sabes por qué ese lugar. Pero al igual que la hora y sus minutos, te da igual.

Porque tu mente busca una explicación al significado de esa mirada. Y a pesar del esfuerzo, no logras hallarla.

Aunque, por fortuna o desdicha, consigues entender algo. Entiendes que la solución implica renuncia.

Y no piensas aceptarlo.

Así que decides seguir. Seguir adelante, como hasta ahora: pagando por tu belleza, caminando con ensayada aristocracia, mirando con una más que estudiada prepotencia y alzando tu rostro en una fingida dignidad. Decides seguir cargando con esa desdicha; con esa infelicidad de la que ahora, y sigues sin saber por qué ahora, eres conocedora.

Pero si algo sí eres es firme. Y una vez sentencias, nada te hace cambiar de opinión.

Así que a partir de ese mismo instante, sabes que tu misma persona, tu mismo ser, será como uno más. Alguien más frente al que debes aparentar; alguien más frente al que debes llevar a cabo tu brillante actuación que, una vez que empieza, no tiene final.

Porque así es tu vida: una función más en el infinito teatro del mundo.

Porque ésa eres tú: un pez más que sigue la corriente.

Porque así es tu vida: una función más en el infinito teatro del mundo.

Spoiler: