Paranoia; Original

Desasosiego, angustia, pudor, lujuria, vergüenza y una borrasca de neuronas consecuentes a la lápida que ella ha designado para ti; eso fue lo que provocó tu huída a un destino sucesorio a la desgracia que tu dueña y señora te relata.

Agitas violentamente tus extremidades inferiores, negándole permiso a tu centro de control cerebral de conseguir un vistazo para lo que fue, es y será de tu vida. Cada paso firme lo señalas como un nuevo dictamen a la aceptación de lo que opinas tú, era la respuesta para salir de tus completos desquicios. Tal era la fuerza de tu escape, que sientes te araña el pasado tu piel, lacerando la vestimenta de tu eterno existir para dejar claro que piensa cobrarte por tus goces gratuitos terrenales.

Con la misma opresión en tu tráquea, dejas el pasado, escapas de tu presente, llegando a la nada que mostrara tu futuro. Tropiezas tu andar, perdido entre férreos cúmulos que ocultan tus grandes ojos morados de la espantosa verdad inminente, a razones de que tu mente ya tiene suficiente desorden como para enloquecer más. Por lo mismo, palpas la carne de tu rostro, tu sudor frío, tu porvenir y tu ilusión, tan sólo para poder comprobar que ella aún sigue allí. Es ahí, cuando gritas desesperado al fin, porque la viste venir.

En el suelo que dibuja un soporte a tu cuerpo febril, ella se extiende a lo largo de su caminar dantesco. Lenta, mordaz y mortal, se detiene a observarte delirar en tu puesto de suplicio. Muerdes tus labios, porque desistes ante la idea de comer tu propia existencia para desaparecer de su presencia.

Justo allí, deseas ser un personaje heroico, de esos que pintan en las tradiciones de cualquier ciudad de patriotismo solemne y dejar de actuar como el pobre diablo que comprendes como tú.

Y te maldices, porque tu lengua se moja en tu boca, regocijándose por un impulso animal desarraigado de tu universo paralelo. Hambriento, te hayas en un desierto colmando de placenteros manjares y espinas lastimeras.

¿Te rindes al preludio infernal o juegas con él?

No hay respuesta más clara que el escándalo de las desavenencias en tu cabeza. Demasiados gritos pegados a las paredes de tu garganta, como para poder articular de forma coherente cualquier pensamiento desquiciado.

El tiempo se agota. Y ella se acerca.

Como tu mente se encuentra inocua a cooperar con tu situación insólita, la conquista de la demencia sobre tus inútiles neuronas se hace más que obvia.

No hay de otra, el pavor ordenó una ejecución de sumisión eterna. Doblas tus rodillas ante tu dueña y señora, contemplando su regocijo al verse victoriosa. Tal como la arena mansa al poderío de las olas que golpean su débil contextura, te rendiste a ella.

Pides clemencia al sujetarla en tus manos, no puedes más sino rezar porque perdone ese doblez de tu persona. Pruebas su sabor metálico y te preguntas como pudiste escapar de su lado vehemente. Pero es que tú ya estás del otro lado, porque ahora ya lo sabes...

Estarás a su lado, bajo su reinado sepulcral, porque ella es y será tu más macabra paranoia.